jueves, 22 de julio de 2004

El final

Para mí sigue siendo la mejor definición ésta:
“Melancolía es la capacidad de darse cuenta
de qué es lo mejor de lo que falta”.
¿Cómo les parece? Si un ser tiene esa facultad,
¿quién lo amarra en el aquí y el ahora?
Fue —con todo y en medio de la nostalgia que sentía por instantes—, uno de los tiempos que más disfrutó. Con certeza lo disfrutó; con voracidad, casi con fiereza, como si hubiera intuido...
De aquellos momentos, recuerda la risa más auténtica que hubo entre los dos; hubo muchas, pero la mejor fue tratando de armar un matambre indominable, el único que intentaron; y recuerda un solo juego en el mar, aquel donde ella le enseñó que se podía gritar sumergido. Es curioso —reflexionó— cómo el saber se trasmite, de una persona a otra, en las circunstancias más inimaginables y variadas —como les pasaba todo el tiempo, lo recuerda bien—.
Sobre todo, recuerda el perdón.
Después, fue el despertar esa mañana... de golpe, con la realidad —esa sombra de los sueños— demasiado presente, demasiado nítida. Se levantó, apresurado, para salir a caminar y entonces, recién entonces, caminando ya... la turbulencia plena, el tornado, el huracán, el rayo o alguno de los titanes de la mitología griega; algo, que llega y arrasa.
Nadie debiera hablar de eso sin haberlo sentido en el alma, aunque muchos creen poder hacerlo; cuando llega, nadie puede, sólo quien haya renunciado ya a la vida, por lo menos a ésta. Sin embargo o por eso mismo, podría ahora describir cómo el alma subía y bajaba, girando en un torbellino como una polilla fascinada por la luz. Gritó, se enojó, imploró y ciertamente maldijo, sin saber que el momento peor aún no había llegado.
Sucedió, al llegar la plena conciencia de su vida.
Con una media sonrisa en su rostro, todavía sin afeitar, pidió perdón.

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