“El misterio es lo más grande que nos es dado sentir. Sin el sentido del misterio, somos como una vela apagada”.
(Albert Einstein)
“Uno salta; no sabe por qué ni para dónde, pero salta”.
(Joan Manuel Serrat, en una entrevista televisiva
durante una de sus visitas a Montevideo)
(Albert Einstein)
“Uno salta; no sabe por qué ni para dónde, pero salta”.
(Joan Manuel Serrat, en una entrevista televisiva
durante una de sus visitas a Montevideo)
Quiso contárselo a sus hijos y no pudo, todavía. No porque no lo haya intentado, lo hizo, pero la ocasión no fue propicia.
Puso, como atenuante, que él mismo lo había sabido hace muy poco, apenas dos o tres vidas atrás... “Los hijos son chicos, es fácil confundirlos, entre tantas opiniones distintas... o eso creemos los adultos. Ellos lo saben, naturalmente, hasta que nuestra inseguridad los termina contaminando”. Lo que sí ha podido es vivirlo —de nuevo— cuando soñó y saltó.
Está cayendo todavía y lo agradece. Más aún, espera de corazón haber dado aunque sea una parte de lo que le han regalado; es mentira que cae, ya se golpeó. Fiero y con todo, a ciento cuarenta por hora y contra el suelo. Desde el cielo —aunque esto era una metáfora, después de todo, porque él no estaba en el cielo “y quién sabe si lo estaré”—. Lo que no era metáfora es que había caído desde muy alto, lo más alto que había podido llegar; nada, tal vez, para otros, pero lo máximo para él... su mejor golpe. Tuvo muchos —contra el suelo y otras cosas— pero este fue el mejor y el único que ha podido agradecer, derechamente y sin demoras. Era bueno asumir eso, para no desfigurarlo, era bueno agradecer, con la palabra y con el corazón, porque en eso entrevió el milagro; los milagros todos, cada uno, en cada instante, en cada inspiración, en cada momento en que estuviera vivo.
Todos y, sin embargo, uno.
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